Nieva: Capítulo 11 (versión reducida)

Llego nuevamente a la cocina tras bajar las escaleras como una exhalación, debo tener el pulso desorbitado y pienso que con la facilidad que se supone que muero en este lado a lo mejor me da un telele y me quedo frito, así que opto por tranquilizarme.

Abro la puerta de la cocina, dos tazas de café de colores en la mesa y mi abuela con una taza marrón en la mano; me la ofrece. Esto me suena haberlo vivido exáctamente igual cientos de veces. Siento vacío en el estómago. Mi madre me observa sentada en una silla junto a la mesa; no hay sonido.

No hay ningún tipo de sonido, no se oye nada.

Acabo de darme cuenta, he bajado las escaleras corriendo y no se ha escuchado nada, he abierto la puerta de la cocina y no ha emitido ningún sonido, al sentarse mi abuela en la silla no se ha escuchado cómo la arrastraba. Mi madre sorbe el café y no emite nada. Nadie habla, sólo me miran.

El café no huele, no hay olor tampoco. Ni tan siquiera cuando me acerco a las cabezas de ajos que hay colocadas en la encimera de la cocina noto nada.

Me siento en la mesa de la cocina, nos miramos, nadie habla.

Cierro los ojos durante un instante y al abrirlos siento como si hubieran pasado varias horas. La cocina está en penumbra, miro hacia la ventana y no entra luz; se ha hecho de noche. En la mesa de la cocina no hay nadie más.

Me voy a la cama.

Pienso que a lo mejor ya estoy muerto.

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