Última actualización 03/04/2022
El sol brillaba lo suficiente como para considerar que su luz entraba en el espectro de lo agradable. No recordaba la última vez en la que la sensación térmica me trasladaba a la primavera, donde la temperatura exterior era perfecta, esos entre 20 y 24 grados, sin frío ni calor calor prácticamente a lo largo del día y la noche. Esa delicia de tiempo, el de las terrazas y las interminables conversaciones sobre lo banal y lo divino de los mayores y los juegos y las carreras de los niños hasta bien entrada la medianoche.
Todo resultaba perfecto, a pesar de verme tirado en el suelo en una posición completamente antinatural, el extraordinario dolor en la cabeza y el sabor metálico de la sangre en la boca. Me encontraba boca arriba o boca abajo? No acertaba a adivinarlo, pero sentía calor en la espalda así que decidí llegar a una conclusión a ese respecto basado en dicha evidencia.
La verdad es que no recordaba cómo me había abierto la cabeza, pero sentí que tenía solución por lo que seguí concentrando en el milagro de lo que me rodeaba. No podía ser real, claramente el destrozo que llevaba en la azotea me había afectado de alguna manera y había activado algún tipo de mecanismo que evocaba mis recuerdos hasta hacerlos sentir como reales. Bueno no pasa nada, disfrútalo. Seguramente estés rodeado de nieve y a una temperatura indecentemente baja, de esas que los termómetros ya no son capaces de registrar. En semi congelación o directamente congelado. Qué más da, esto es el cielo y resulta maravilloso.
Hasta que sentí que alguien tiraba de uno de mis brazos y me arrastraba. Me han encontrado, pensé, Papá y el Abuelo me han encontrado finalmente; vuelvo a no estar solo. Esbocé una sonrisa, creo que para mis adentros, y mientras uno de mis brazos actuaba a modo de cordón umbilical y traccionaba el retorno, el otro aún en libertad intentaba agarrarse inútilmente al suelo en un acto de resistencia a abandonar aquel mágico lugar, estado mental o lo que fuera.
No tardé mucho en ser arrastrado hasta la casa, parece mentira que todo hubiera sucedido encontrándome tan cerca. Por qué me falta un zapato?
Atravesé el marco de la puerta y la figura que me había remolcado la cerró tras mi arrastrado paso. No alcancé a discernir si se trataba del Abuelo o de Papá, pero me extrañó su altura; tal vez tenía que ver con el hecho de que observaba la escena desde el suelo, por lo que que concluí que no era la perspectiva habitual en la que visualizaba la realidad y de ahí la percepción difuminada de la misma, a la que sumé el convencimiento de que me encontraba dentro de la casa pero que no era exactamente la misma. Quiero decir, era la misma, pero no era igual, no era como cuando salí a reparar el tejado. Es como si otras personas se hubieran encargado de ella; la decoración, la ubicación de los objetos, era diferente. A pesar de ello estaba seguro que era la misma.
Es una sensación muy extraña cuando sientes que tu propia casa como un decorado. Como el de las series cuando la cámara da un paso atrás y ves que todo es un montaje de cartón piedra y que los decorados de las diferentes estancias se encuentran uno al lado del otro, en un espacio diáfano dentro de una nave industrial. Como cuando vimos el especial reencuentro de Friends 25 años después donde los chicos estaban más viejos y fofos mientras ellas lucían perfectas y atemporales. O como el Show de Truman. Por qué estoy pensando en esto?
Entonces sentí el olor, aquel olor maravilloso y embriagador.
– Mamá – dije justo antes de perder el conocimiento.