Nieva: Capítulo 5 (versión extendida)

Última actualización 15/08/2021

– Papá! Papá! No veo nada! Pero cómo puede hacer semejante viento de repente y no disiparse la niebla?

Instintivamente ya que no era la primera vez que lo necesitaba, llevé mi mano al cinturón en busca del cordón umbilical. Tras palpar varias veces alrededor de mi cintura sin encontrarlo caí en la cuenta del terrible descuido. Una repentina y desagradable sensación de vacío apareció en la boca de mi estómago y sentí como mis rodillas flaqueaban como si las rótulas hubieran decidido desaparecer junto al cordón. Definitivamente estaba muerto de miedo.

– Papá, Abuelo, necesito alguna referencia para saber hacia dónde dirigirme! No llevo el cordón!

Concluyo que no me oyen ni obtengo ninguna respuesta tampoco, por mucho que esté convencido que deben estar haciendo todo lo posible por ayudarme; el ruido del viento es ensordecedor.

Y evidentemente si es imposible que me oigan estoy segurísimo de que no me ven, solo se aprecia el blanco infinito.

Tengo que estar como máximo a un metro de la casa pero he perdido completamente la referencia. Si avanzo hacia la dirección inadecuada… La temperatura ha caído de manera brutal, así que simplemente moriré. Cuando se disperse la niebla me van a encontrar congelado, semi enterrado en la nieve y a un metro de casa.

Hoy es el día? Qué pena, pienso, qué pena, pero no soy capaz de mover un solo músculo para intentar salvarme.

Solo pienso en que me da pena? Vaya, pensaba que el día que me diera cuenta que iba a morir sería bastante diferente, estaría lleno de angustia y terror. Bueno, lo cierto es que hace un momento estaba aterrorizado pero debo haber superado esa fase y ahora mismo me siento en un estado de paz y calma casi espiritual. No conocía este estupendo mecanismo de defensa, mi cuerpo ya lo ha dado todo por perdido y simplemente me pide que me relaje para esperar el final.

Ni tan siquiera pruebo suerte a andar en alguna dirección y por casualidad toparme con la casa y así salvarme; inconscientemente he decidido que ha llegado el momento de dejarme ir. Creo que es el frío, el frío es tan intenso que me ha superado y literalmente ha congelado mi voluntad y mi instinto de supervivencia.

– Qué pena – digo. Algo que ni tan siquiera yo llego a escuchar.

Pienso en mamá mientras mi mente divaga en una dirección y mi cuerpo en otra, como si ambos se hubieran desconectado. No me doy cuenta que tras dar varios pasos en una dirección aleatoria, más de los que calculaba pudiera necesitar, acabo de caer de rodillas al suelo y me he golpeado la cabeza contra el muro de la casa. Hay mucha sangre, que se congela en contacto con el exterior. Pero yo ya no estoy aquí, ese cuerpo ha pasado a estar a cargo de otro, yo ya estoy lejos, en un lugar seguro.

La nieve es roja, es roja, la nieve es roja o blanca? Algunos estímulos que capta mi cuerpo consiguen llegar a mi mente en desconexión y se funden con el resto de mis pensamientos.

– Qué pena – vuelvo a decir pero con la impresión de que es la primera vez que llego a dicha conclusión.

Mientras tanto y desde la casa Papá y el Abuelo no paran de gritar mi nombre, pero de la misma manera que yo no lo los oía a ellos tampoco han sido capaces de escuchar mi llamada. Han tenido tiempo de darse cuenta tras aparecer la niebla e intentar tirar de mí que he salido al exterior sin el cordón; se encuentran ambos presos del pánico. Papá solo piensa en que merece ser él el que estuviera fuera y no yo. Se lleva las manos a la cabeza una y otra vez.

El abuelo recuerda el día que siendo joven uno de sus hermanos pequeños murió; realmente no recuerda el hecho en sí mismo ni cómo ocurrió, aunque también fuera en esa casa y él formara parte de la cadena de desgraciadas situaciones previas al accidente, pero sí rememora absolutamente todo el dolor el cual fluye como un torrente en su interior.

El dolor que siente es tan intenso que sin mediar palabra sale de la casa prácticamente sin el traje de protección puesto, mi padre lo agarra del brazo justo a tiempo antes de que desaparezca entre la niebla. Lo hace tan fuerte que mi abuelo cae hacia atrás sobre mi padre, el cual le agarra desde el suelo para que no vuelva a intentarlo.

– No – dice. – Tu también no, por favor.

Se abrazan y lloran desconsoladamente.

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